raíz de una conversación casual mantenida en Lleida hace aproximadamente un mes, quiero plantear la cuestión de la carrera armamentística. Un tema que, desafortunadamente, está hoy de moda en nuestro estado, a raíz de ciertos negocios con Venezuela. No es mi intención criticar la venta de estos instrumentos a un estado agresivo con el actual orden mundial, ya que en mi opinión, si no se los vendiese España, se los vendería otro. Quiero reiterar una reflexión que nació de dicha conversación. Mi interlocutor, de postura pacifista y antiarmamentística, defensó la posibilidad del desarme, los peligros de la carrera armamentística, el enorme coste económico que ésta supone, y por consiguiente, los enormes beneficios que podría obtener una sociedad que invirtiese esos recursos en su propio desarrollo social. Me parece una postura muy respetable, por su alto contenido moral y la casi intachable lógica del propio discurso. Conscientemente he dicho casi. Por desgracia, el armamento no es una opción, sinó una obligación. Como diría un profesor de mi antigua licenciatura, no estamos ante un problema, sinó ante una limitación, entendiendo, muy acertadamente, que un problema es un ítem con solución: se pueden aplicar una serie de políticas que corrijan tan situación. Una limitación, en cambio, puede surgir por muy diferentes motivos. Uno de ellos es el llamado dilema del Prisionero: una situación básica de la teoría de juegos, en la que qualquier solución no basada en la repetición condenará siempre a los participantes a la peor situación social posible. El dilema se me antoja propicio para explicar la carrera armamentística: la situación óptima sería la cooperación mútua, en la que ambos estados no dispondrían de programa militar e invertirían los recursos en, por ejemplo, atención a mayores, educación, sanidad... y en la que ambos se sentirían plenamentes seguros, ya que nadie tiene armas. El resto de posibilidades no son tan halagüeñas. Supongamos que un estado decide cooperar, es decir, no invertir en programa militar, pero el otro sí lo hace: nos encontramos con un estado indefenso ante la posible agresión del otro, agresión que cuando se provocara implicaría el sucker pay-off, el agresor se llevaría todo el beneficio, y el agredido perdería su condición de estado. Evidentemente, ante tal peligro, los dos estados están obligados a no cooperar: se llega así a una situación no óptima, en la que ambos tienen unos costes menores que si aparece el sucker pay-off, pero que es una situación de Equilibrio Nashiano, en la que ambos se sienten moderadamente seguros, en base a su propio potencial militar, que es a su vez un elemento de disuasión para el otro. Resulta curioso como, a veces, las ciencias sociales tienen explicaciones simples para problemas complejos. Éste es un caso paradigmático, pero es un caso que se está dando cada día: estamos en una situación de equilibrio, que cómo ya apunté sólo puede modificarse con la repetición y la cooperación (es decir, la negociación y la confianza mútua). En el mundo de hoy, desgraciadamente, no existe ni una cosa ni la otra. ¡Qué enormes costes tiene para la humanidad la desconfianza! |
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21 enero 2006
Armamento y Dilema del Prisionero
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